"Si quieres ir al Mundial tienes que jugar en tu equipo". ¿Cuántas veces habrá repetido esa misma frase un seleccionador cualquiera? Por eso en año de Mundial los futbolistas que optan a un puesto entre los elegidos se emplean al máximo. Hay algunos a los que ni así les alcanza para disfrutar del torneo más prestigioso de la Tierra. Meses de trabajo, picando piedra, para quedarse a las puertas. Nacho González es un caso extraño. Desahuciado en sus equipos, presumible titular en el Mundial.
La pasada temporada el Valencia compró al uruguayo en una operación algo misteriosa. Paco Casal, en otra artimaña de las suyas, obligó al club a firmar al mediocentro como contraprestación por encontrarle una salida a otro de sus representados, Fabián Estoyanoff.
Fernando aceptó y acto seguido envió al futbolista cedido al Newcastle. En Inglaterra una grave lesión lo apartó de los terrenos de juego durante la casi totalidad de la temporada. De vuelta a Mestalla, nadie contaba con él. Para Emery tenía la misma utilidad que los muñecos que forman las barreras en los entrenamientos y entre los aficionados su nombre derivaba en bromas e ironías varias.
Cualquier futbolista, tras año y medio parado y a falta de muy poco tiempo para el comienzo del Mundial, estaría totalmente descartado. Pero unos meses de competición en la Liga griega le han servido al charrúa para colarse entre los 23. González puede dar gracias de que en Uruguay no haya ni un solo mediocentro en condiciones
Debería alegrarse él y yo también. Al fin y al cabo Nacho González es un valencianista más en el Mundial, aunque sea más una estadística que una realidad palpable. A ver quién se ríe ahora de Nacho.
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