Cuatro maneras de decir adiós

Las comparaciones son odiosas, mucho más en situaciones de este tipo en el que hay un medidor de agasajos para calibrar el cariño que recibe cada jugador. Lo cierto es que en los últimos años se han sucedido diversas despedidas en Mestalla y cada una ha vivido sensaciones bien diversas.


La más cercana en el tiempo fue la de Rubén Baraja. El Pipo sintió un reconocimiento que pocos en la historia del club han tenido el honor de recibir. Baraja fue arropado por miles de aficionados, pero también por todos sus compañeros, que al terminar el partido acompañaron a su capitán en todo momento. Varios manteos y una foto de grupo al mismo tiempo que cantaban al unísono "Pipo Baraja" demuestran que el vallisoletano era algo más que un jugador, era un líder con un gran arraigo en el vestuario. Fue una muestra continua de compañerismo.

Jocelyn Angloma se merece el segundo puesto por orden de cariño exhibido. Es cierto que su despedida vino envuelta por un contexto de alegría desmedida. El Valencia acababa de proclamarse campeón de Liga y los aficionados tenían ganas de seguir celebrando.

El francés, en aquella ocasión, también lució brazalete y fue titular por segunda vez en toda la temporada. Una lesión le había apartado de los planes de Rafa Benítez, que contaba con Curro Torres como referente en el carril diestro.

En el momento de su sustitución contra el Betis, Angulo, Vicente y Pellegrino lo alzaron para que se despidiese de Mestalla desde lo más alto mientras el público aplaudía y cantaba el ya famoso "¡Uh ah Angloma!". El lateral de las gestas europeas se marchó entre sonrisas, fiesta y petardos y con una sobremesa postpartido en la que correteó por el césped con una enorme bandera blanquinegra y fue manteado por sus compañeros. Una despedida más llevadera con un trofeo bajo el brazo.

Amedeo Carboni, 'Deo' para los amigos, se despidió gracias a una lesión de Moretti frente al Atlético de Madrid, un guiño entre compatriotas para que el '15' pudiese jugar su último partido en Mestalla. Al terminar el choque con el que el Valencia había sellado su clasificación para la Liga de Campeones, Carboni recibió varios abrazos que cumplían el expediente. Acto seguido se situó en el centro del campo, solo, sin manteos ni aglomeraciones, y con los brazos extendidos, agradeció a la afición su apoyo incondicional. No tuvo problemas para alcanzar los vestuarios, nadie salió a su paso para brindarle un homenaje más.

El último que se marchó sobre el césped de Mestalla fue Santiago Cañizares. Seguramente estamos hablando del mejor portero de la historia del Valencia, y por lo tanto cualquiera pensaría que su despedida fue un llanto compartido, un dolor insoportable. Nada más allá de la realidad. Su adiós estuvo en la línea de aquella temporada, extraño. Por lo menos el de Puertollano tuvo la recompensa de marcharse bajo palos, que ya es algo. Tras el pitido final nadie arropó a Cañizares. Ese último momento lo vivió apartado de la multitud. Sus mejores amigos ya no formaban parte de ese vestuario. Mano al pecho, brazo alzado y directo a vestuarios. Rápido y sencillo.


Son cuatro leyendas, cuatro murciélagos que dejaron huella. Cuatro maneras de despedirse. ¿Con cuál te quedas?