- Mamá, no quiero ir a misa, quiero quedarme y ver el Valencia.
- No, vas a misa como todos los sábados y cuando volvamos podrás ver el partido.
Una madre puede llegar a ser muy cruel, pero nunca pensé que la mía fuese capaz de serlo tanto. Ella creía que lo hacía por mí bien pero, ¿Qué beneficio podía sacarle yo a perderme el partido del año? Con el tiempo se lo he preguntado y ni ella misma ha sabido contestarme.
Yo era un proyecto de persona, pequeño y muy futbolero. Me había pasado la temporada en Mestalla asistiendo a un sueño en directo. Y cuando jugaban lejos, sin cámaras de por medio, me agarraba a mi radio, a veces a escondidas, para no perderme ni un segundo. Pero ese día no había ni radio ni televisión. En la iglesia sólo me rodeaban imágenes de santos y un grupo de señoras a las que el fútbol les importaba bien poco. Yo me sentía ultrajado. Mi cuerpo había ido a ver a un tal Jesús, pero mi alma quería ver el Valencia.
Y allí estábamos, el cura y yo, mirándonos. En realidad yo le miraba a él más que él a mí, pero desde mi asiento intentaba dibujar una cara de enfado que le apresurase a terminar rápido. Él... Bueno, creo que él no sabía ni siquiera que había un partido tan importante en ese preciso instante. La misa se me hizo eterna entre bendiciones, padrenuestros y avemarías. Me hubiese gustado levantarme y sustituir a las señoras que ayudaban en la liturgia recogiendo dinero o cantando a cámara lenta. Desesperante.
No sé si el cura notó mi cabreo, pero por lo menos mi madre lo sufrió y eso era un pequeño consuelo para mí. Cuando Dios pitó el final de la misa me apresuré a empujar a mi querida madre hasta la salida. Allí, en la civilización, intenté descifrar en las caras de la gente el resultado del encuentro. Incluso vi un niño, no mucho mayor que yo, con unos auriculares. Me acerqué tímidamente a él en busca de una mísera gota de información. Nada.
Arrastré a mi progenitora a casa de mis abuelos, que estaba más cerca que la nuestra. - ¡Corre mamá, nos estamos perdiendo el partido! No sé por qué utilicé el nosotros cuando era público y notorio que a ella no le importaba lo más mínimo. Con el paso acelerado llegamos al destino y subí con el ansia de quien se sabe muy cerca del éxito.
El Valencia se jugaba la Liga en Vigo. Era un 25 de mayo de 1996 y yo llegué tarde. El Atlético ya ganaba. Nunca me lo perdoné, ni a mí ni a mi madre ni a Dios.
3 rajes:
Me acuerdo bastante bien de aquello. Creo que en realidad nadie tenía demasiadas esperanzas de ganar aquella liga, pero así y todo había pantallas gigantes por los barrios y pueblos, la ilusión era muy grande. El patético empezo ganando pronto, si no recuerdo mal, y las esperanzas se desvanecieron enseguida.
motivo suficiente para hacerte ateo!.
@Lobo Sí, marcó Kiko (en fuera de juego, todo sea dicho) y al final del partido el Celta nos empató también. Bueno, por lo menos, nos desquitamos seis años más tarde.
@Valent Sí, creo que fue ese momento el que me mostró el camino que tenía que seguir. Aunque si te digo dónde estoy trabajando aquí en Roma...
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