Rubén Baraja debutó en Mestalla la misma noche que Diego Alonso. Casi diez años después el tiempo ha puesto a cada uno en su sitio. Mientras que a uno le dio una pluma para que escribiese la historia del Valencia, al otro le entregó una mochila para recorrer el mundo de equipo en equipo. Resulta curioso que en aquel partido la estrella fuese el uruguayo, que engañó a los asistentes con sus dos primeros goles. La víctima del 'Tornado' fue el Tirol Innsbruck en el partido de vuelta de la previa de la Liga de Campeones.
Hoy entendemos que Baraja crea más que destruye, pero en ese equipo dirigido por Héctor Cúper, Baraja tenía una labor más inclinada a las labores defensivas que a la creación. Las concesiones ofensivas estaban limitadas al azar. Lo primero era defender, mantener la portería a cero, y esperar a que un error del rival abriese las puertas del gol. Explicado así parece un plan con lagunas, pero a Cúper le funcionó dos temporadas seguidas.
Basta un ejemplo para demostrarlo. Partido de ida de las semifinales de la Liga de Campeones, Elland Road, Leeds. Baraja ve una tarjeta amarilla que le aparta de la vuelta en Mestalla. Cúper no arriesga y elige a un jugador del perfil del vallisoletano para jugar el partido más importante de la temporada: David Albelda. Los años han demostrado que Baraja y Albelda representan estilos antagónicos, pero entonces tenían la misma consideración para el técnico argentino.
Acabada la temporada el Valencia se encomienda al desconocido Rafa Benítez. El entonces subcampeón de Europa se ponía en manos de un entrenador que venía de Segunda División, pero que fue fundamental para que Baraja se quitase la coraza con la que le había vestido Héctor Cúper.
El Pipo por cambiar cambió hasta de dorsal. Dejó el 19 a Rufete y se enfundó el 8 con el que alcanzaría la inmortalidad.
Una lesión dejó a Rubén Baraja fuera del equipo la casi totalidad de la primera vuelta, pero desde el momento en el que volvió a pisar el césped se le notaron otros bríos. Baraja dirigía, atacaba, remataba, marcaba. Tenía los galones de director. Ya no estaba atado, no tenía que mirar dubitativo al banquillo buscando una mirada de complicidad para avanzar metros. La orden era otra. Benítez descubrió en el Pipo a su líder en el terreno de juego y supo sacarle partido. Desató a una bestia y creó un ídolo.
Nunca más ningún entrenador cometió el error de retrasar a Baraja. Nunca nadie más fue tan poco hábil de renunciar al Baraja todocampista. A partir de entonces Baraja fue Baraja.
1 rajes:
Pagaria per tindre un Cúper en estos moments. Gran entrada.. si vas a tindre el blog actiu te pose en la meua llista.
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