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Más porteros que porterías

- Bueno chicos, para terminar jugamos un partidillo. César, con los de peto. Moyá con los sin peto. Guaita, tú... Bueno, puedes ir a rellenar de agua las botellas. ¡Venga, empezamos!

Esa bien podría ser una de las frases de cualquier entrenamiento del Valencia si Emery se sale con la suya. Ya de por sí no se entiende que el entrenador quiera tres porteros, pero mucho menos que el tercero sea Vicente Guaita.

El sentido común en el fútbol (si es que existe) dicta que los equipos cuentan con dos cancerberos y ante una fatalidad se echa mano del filial. Si Emery quiere convencer a Guaita de que se quede en la plantilla, que alguien haga entrar en razón al vasco.

Hay quien dice que el futuro del Valencia pasa por acertar, ahora más que nunca, en los fichajes pero también por la cantera. Tienen razón, pero para eso habría que potenciar las categorías inferiores y no parece que ni Emery ni Llorente estén por la labor. De hecho al presidente parece que le sobra Paterna, le molesta. Ha convertido la 'pedrera' en un gasto en vez de una inversión.

¿Cuánto jugaría Guaita la próxima temporada en el Valencia? Nadie discute la titularidad de César y la Champions ya no es un campo de pruebas para contentar a los no habituales. Sin minutos no hay progresión, y sin progresión habrá que fichar algún portero cuando César deje de rendir al nivel al que lo ha hecho hasta ahora.

Y a todo esto, Emery ya pidió la pasada campaña el fichaje de un portero cuando era público y notorio que no era una prioridad. Su petición salió mal y ahora quiere hipotecar el futuro de Guaita para salvar su sitio. Unai es todo un enigma para mí.

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A ver quién se ríe ahora

"Si quieres ir al Mundial tienes que jugar en tu equipo". ¿Cuántas veces habrá repetido esa misma frase un seleccionador cualquiera? Por eso en año de Mundial los futbolistas que optan a un puesto entre los elegidos se emplean al máximo. Hay algunos a los que ni así les alcanza para disfrutar del torneo más prestigioso de la Tierra. Meses de trabajo, picando piedra, para quedarse a las puertas. Nacho González es un caso extraño. Desahuciado en sus equipos, presumible titular en el Mundial.

La pasada temporada el Valencia compró al uruguayo en una operación algo misteriosa. Paco Casal, en otra artimaña de las suyas, obligó al club a firmar al mediocentro como contraprestación por encontrarle una salida a otro de sus representados, Fabián Estoyanoff. 

Fernando aceptó y acto seguido envió al futbolista cedido al Newcastle. En Inglaterra una grave lesión lo apartó de los terrenos de juego durante la casi totalidad de la temporada. De vuelta a Mestalla, nadie contaba con él. Para Emery tenía la misma utilidad que los muñecos que forman las barreras en los entrenamientos y entre los aficionados su nombre derivaba en bromas e ironías varias.

Cualquier futbolista, tras año y medio parado y a falta de muy poco tiempo para el comienzo del Mundial, estaría totalmente descartado. Pero unos meses de competición en la Liga griega le han servido al charrúa para colarse entre los 23. González puede dar gracias de que en Uruguay no haya ni un solo mediocentro en condiciones

Debería alegrarse él y yo también. Al fin y al cabo Nacho González es un valencianista más en el Mundial, aunque sea más una estadística que una realidad palpable. A ver quién se ríe ahora de Nacho.

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Cuando el Valencia inauguró el Estadio Azteca

Hay lugares en el mundo que significan mucho más que simples rincones del planeta. Adquieren una dimensión mística difícilmente alcanzable para el resto. Para los católicos viajar a Roma y disfrutar de la inmensidad de la Catedral de San Pedro es una experiencia única e irrepetible. La Scala de Milán es el escenario de referencia para los amantes de la ópera de primer nivel. En el fútbol hay un estadio que pertenece a ese grupo de elegidos. Testigo de las más recordadas hazañas de Pelé y Maradona, el Estadio Azteca de México es el único que ha albergado dos finales de la Copa del Mundo.

Hoy se cumplen 44 años de su inauguración el 29 de mayo de 1966 con un América-Torino que fue el primer partido de un mini torneo en el que también participaron el Atlante, el Necaxa y el Valencia. Mundo, entonces técnico del equipo tras la reciente dimisión de Barinaga, aprovechó la ocasión para probar a un canterano que marcaría una época en el club: Pepe Claramunt. Además, el Atlético cedió a Cardona para completar la plantilla durante su estancia en el país centroamericano. Los valencianistas ganaron 3-0 al Necaxa, 3-1 al Atlante y empataron a 1 contra el América.

(La plantilla del Valencia en la residencia de Mario Moreno 'Cantinflas')

El viaje no sólo sirvió para jugar a fútbol. La expedición valencianista recibió varios homenajes en las distintas Casas Regionales Valencianas extendidas por México, fue recibida por el famoso actor 'Cantinflas', y visitó las tumbas de Blas López Fandós (fundador en 1958 del Valencia de México) y del torero Carlos Azurra, fallecido poco antes en un accidente de tráfico.

A los tres partidos acudió como un aficionado más el escritor Max Aub, gran seguidor valencianista, que se encontraba exiliado en México DF. En el exterior del estadio hay colgada una placa que recuerda la participación del Valencia en el torneo inaugural (minuto 2:36 del vídeo). Una muestra del pequeño trocito de historia en el que el Valencia es protagonista.

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Voro-Míchel, carretera de La Coruña

El canterano Míchel está muy cerca de convertirse en el 22º jugador que combina las rayas blanquiazules del Deportivo con la casaca blanca del Valencia durante su carrera futbolística. De los 21 anteriores, sólo seis emprendieron el camino directo desde la capital del Turia hasta Galicia. El primero en subir al Norte de la península fue Mangriñán en 1957, al cual imitaron posteriormente Suco, García Verdugo, Sánchez Lage, Nando y Voro.

De los seis, seguramente Salvador González 'Voro' fue el que obtuvo mayores cotas de éxito al elegir el Deportivo como destino. El actual delegado de la primera plantilla del Valencia se marchó al que comenzaba a ser el Superdépor, después de 8 temporadas en la zaga de Mestalla. En  Riazor le ofrecieron el contrato de su vida cuando rozaba la treintena y no era momento de desaprovecharlo.

De imponente juego aéreo, duro en el choque y expeditivo en el corte, al fin y al cabo un defensa como Dios manda, Voro emigró para encontrar el reconocimiento que le había faltado en su tierra. En La Coruña formó una defensa casi impenetrable que le sirvió como escaparate para jugar el Mundial de Estados Unidos.

El destino quiso que en los partidos más importantes de su carrera se cruzase siempre el Valencia. Un drama personal que se dirimió una vez en contra y otra a favor. Perdió una Liga contra los ché en su primera temporada, pero a la siguiente consiguió desvirgar su palmarés con una Copa del Rey en una final dividida en dos actos por una lluvia torrencial.

Su aportación más valiosa al Valencia llegaría años más tarde cuando cayó en sus manos la dirección de un equipo que se dirigía a Segunda. Tal vez su incidencia no fuese tan relevante en el desenlace final y sencillamente los futbolistas decidieron despertar de un largo letargo, pero en los libros de historia su nombre quedará grabado para siempre como el 'Salvador' del equipo.

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Cero delanteros

Zigic ha acabado por marcharse del Valencia. En su currículum quedarán escritos menos partidos de los que debería haber jugado con la camiseta blanquinegra, pero eso ya no tiene remedio. En ningún momento tuvo nivel para ser el delantero titular del equipo, pero sí se mereció más minutos. Aunque fuese como 'desatascador' a la desesperada.

Dejando a un lado su historial en la capital del Turia, su salida vacía de delanteros al equipo. Si el Valencia tuviese que jugar hoy un partido no tendría ningún especialista del gol. Los centros de Joaquín no encontrarían rematador, los pases de Banega llegarían mansos a la defensa rival y las paredes de Mata no tendrían cómplice alguno.

Supone un error vender a todos tus delanteros del tirón, sin pararse a pensar en las consecuencias. Ahora, con la cabeza fría y con 47 millones más, la posición de Llorente a la hora de negociar con otros clubes se debilita.

El Mallorca se ahoga, pero antes de vender a Aduriz sabe que Emery necesita como el comer un ariete, Ángel Torres fortalecerá su idea de pedir la cláusula por Soldado y así sucesivamente con todos los equipos a los que se dirija el Valencia.

Un poco de inteligencia a la hora de vender, comprar y negociar, por favor.

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Un hueco en el cielo

Para ganarse un hueco en el cielo hay que merecérselo en la tierra. Simplificando la idea, hay que portarse bien. Si trasladamos el concepto al fútbol, un jugador debe haber demostrado con el balón en los pies que se ha ganado un puesto en la gloria de aquellos a los que nadie olvida.

Hace unos días terminó la nostálgica iniciativa del Valencia para elegir, mediante los votos de los aficionados, los jugadores que compondrían el mejor equipo de la historia del club. En la mayoría de los nombres estoy de acuerdo, no rechisto. Pero hay otros que me chirrían. He aquí los cambios que le haría al que los valencianistas han elegido como su equipo de ensueño.


Empezando de atrás hacia delante, Jocelyn Angloma no es, para mí, el mejor lateral de la historia del Valencia. Propongo un nombre: Juan Cruz Sol. Lateral y central al estilo Sergio Ramos, campeón de Liga, Copa y Recopa (aunque esta última de manera casi testimonial, como la Liga que ganó Angloma) y 12 temporadas en el primer equipo. En el centro del campo, Albelda, en mi modesta opinión, debería dejar su puesto a Antonio Puchades, elegido como uno de los suplentes.

Por último, la banda izquierda se merece otro nombre que no el de un futbolista que vive del recuerdo. De una temporada sublime pero pasada. Vicente no se lo ha ganado. Se me ocurre que tal vez Gorostiza, aquel extremo izquierdo de la delantera eléctrica, campeón de dos Ligas y dos Copas, bien podría pegarse a la cal en un equipo de tan alta alcurnia.

En el banquillo me daña los ojos ver a Aimar y a Palop. En su lugar Fernando y Eizaguirre completarían el banquillo junto a Claramunt, Mundo, Albelda, Juan Ramón y Mestre.

Es verdad, a muchos de ellos no los he visto jugar, pero no puedo limitar la historia del Valencia a lo que han visto mis ojos. Es mucha más grande que 20 años de memoria futbolística. Hagámosle un hueco en el cielo a quien de verdad se lo merece.


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Mamá, no quiero ir a misa

- Mamá, no quiero ir a misa, quiero quedarme y ver el Valencia.
- No, vas a misa como todos los sábados y cuando volvamos podrás ver el partido.
Una madre puede llegar a ser muy cruel, pero nunca pensé que la mía fuese capaz de serlo tanto. Ella creía que lo hacía por mí bien pero, ¿Qué beneficio podía sacarle yo a perderme el partido del año? Con el tiempo se lo he preguntado y ni ella misma ha sabido contestarme.

Yo era un proyecto de persona, pequeño y muy futbolero. Me había pasado la temporada en Mestalla asistiendo a un sueño en directo. Y cuando jugaban lejos, sin cámaras de por medio, me agarraba a mi radio, a veces a escondidas, para no perderme ni un segundo. Pero ese día no había ni radio ni televisión. En la iglesia sólo me rodeaban imágenes de santos y un grupo de señoras a las que el fútbol les importaba bien poco. Yo me sentía ultrajado. Mi cuerpo había ido a ver a un tal Jesús, pero mi alma quería ver el Valencia.

Y allí estábamos, el cura y yo, mirándonos. En realidad yo le miraba a él más que él a mí, pero desde mi asiento intentaba dibujar una cara de enfado que le apresurase a terminar rápido. Él... Bueno, creo que él no sabía ni siquiera que había un partido tan importante en ese preciso instante. La misa se me hizo eterna entre bendiciones, padrenuestros y avemarías. Me hubiese gustado levantarme y sustituir a las señoras que ayudaban en la liturgia recogiendo dinero o cantando a cámara lenta. Desesperante.

No sé si el cura notó mi cabreo, pero por lo menos mi madre lo sufrió y eso era un pequeño consuelo para mí. Cuando Dios pitó el final de la misa me apresuré a empujar a mi querida madre hasta la salida. Allí, en la civilización, intenté descifrar en las caras de la gente el resultado del encuentro. Incluso vi un niño, no mucho mayor que yo, con unos auriculares. Me acerqué tímidamente a él en busca de una mísera gota de información. Nada.

Arrastré a mi progenitora a casa de mis abuelos, que estaba más cerca que la nuestra. - ¡Corre mamá, nos estamos perdiendo el partido! No sé por qué utilicé el nosotros cuando era público y notorio que a ella no le importaba lo más mínimo. Con el paso acelerado llegamos al destino y subí con el ansia de quien se sabe muy cerca del éxito.

El Valencia se jugaba la Liga en Vigo. Era un 25 de mayo de 1996 y yo llegué tarde. El Atlético ya ganaba. Nunca me lo perdoné, ni a mí ni a mi madre ni a Dios. 


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No pretendo entender a Maradona

Hace tiempo que Maradona no es un ejemplo. Exactamente desde que se retiró como futbolista. Antes de eso todavía servía como espejo para miles de aficionados que le idolatraban por su destreza con el balón. Cuando colgó las botas pasó a ser lo contrario. Un mal ejemplo en toda su extensión.

Ahora tampoco es un entrenador de referencia, ni siquiera un buen seleccionador. Su elección de los jugadores que representarán a Argentina en el Mundial ha derivado en críticas e incomprensión. Una defensa sin apenas laterales, la inclusión de un desconocido Garcé o su constante apuesta por la veteranía, en la figura de Verón, para dirigir al equipo son algunas de las quejas a los 23.

Argentinismos a un lado, lo que nos importa es la no inclusión de Éver Banega. Su nombre se añade a los de Javier Zanetti y Esteban Cambiasso como grandes ausentes. Más sangrante si cabe la situación de los jugadores del Inter, campeones de todo e invisibles para Maradona.

Si hace unos días comprendí la ausencia de Pablo Hernández en la lista de 30 de España, no entiendo que la temporada del centrocampista argentino haya pasado desapercibida ante los ojos de ¿D10S?. Banega es, seguramente, el futbolista que necesita Argentina para dar sentido a tantos elementos ofensivos. Un tipo de jugador del que la albiceleste carece.

Su campaña, por lo menos, sí ha destacado entre los valencianistas. Cierto es que en los últimos partidos no ha rendido como al inicio, pero en su defensa hay que decir que con el objetivo cumplido, o por lo menos muy barato, la mayoría de jugadores no ha rendido al máximo en la recta final.

Lo mejor será no intentar entender a Maradona. Ninguna de sus decisiones viene empujada por un sesudo razonamiento. Optaré por ver a Argentina en el Mundial desde la sinrazón y no juzgarla como equipo, sino como caos. Por lo demás, disfrutaré de un Banega más descansado el próximo curso. Si no lo venden, claro.

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Déficit de liderazgo

Lionel Messi es lo más parecido a Maradona que el mundo del fútbol ha creado. Aún así, al de Rosario le falta un Mundial y muchas narices para alcanzar el escalón de su actual seleccionador. Cuando Messi no tiene el día con el balón, su juego pasa inadvertido para el equipo. No es capaz de transmitir liderazgo. Maradona era otra cosa. Estuviese bien o mal su alma siempre jugaba.

En el Valencia, cada vez más, hay carencia de ese tipo de jugadores. No hablo de los Messi o Maradona, sino de futbolistas que sean capaces de liderar un colectivo. En momentos de flaqueza son ellos los que impulsan al equipo. El líder es la persona a la que sigue el grupo, el hermano mayor cuya presencia tranquiliza al resto. El líder lleva el brazalete tatuado. Para ello no hace falta ser el capitán, no hacen falta ni siquiera los años. Va en la sangre, se tiene o no se tiene.


El Valencia actual se basa en Silva, Pablo, Mata o Banega. Ninguno de ellos es un líder. Nadie se imagina, por ejemplo, a Silva animando a sus compañeros o tirando del equipo. Es una utopía. Pero, en el fútbol, igual que es necesaria la calidad del canario, es vital disponer de un punto de apoyo. Con la marcha de Baraja se ha creado un vacío de líderes.

No hay más que mirar atrás para darse cuenta de la diferencia: Ayala, Cañizares, Carboni, Kily, Albelda... Todos ellos podrían haber sido capitanes. Todos ellos dirigían al equipo desde su atalaya particular. Sé que es mucho pedir, pero no estaría mal fichar jugadores baratos, con hambre y líderes. Fernando, apúntalo en tu lista.


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Emery, tu turno

La próxima temporada Mestalla vivirá en un nuevo ecosistema sin Villa, y muy probablemente sin Silva, dos titulares de la mejor selección del mundo. En esas circunstancias Unai Emery se enfrentará al momento clave de su carrera en el que deberá demostrar que ha tenido más responsabilidad de lo que mucha gente piensa en el tercer puesto conseguido.

Un entrenador sobresaliente sabe sacar el máximo partido de sus futbolistas, es capaz de no depender de los goles de nadie, sino que inyecta en sus pupilos el gen de la victoria, el gen ganador. Siendo sinceros Unai despierta muchas dudas sobre si será capaz de armar un buen equipo con jugadores de un perfil inferior.

Para empezar no podrá repetir las rotaciones masivas. Si bien las dos temporadas anteriores el Valencia disputó la segunda competición continental, la Liga de Campeones exige que jueguen los mejores. Sin olvidar la Liga, "la competición que nos da de comer" según Emery. Se le plantea al técnico un rompecabezas que no podrá resolver como estaba acostumbrado.

Eso significa que con la vorágine de partidos vitales no podrá permitirse el lujo de jugar con tan sólo 14 futbolistas durante gran parte de la temporada. Será necesario distribuir la confianza, algo que hasta el momento no se ha atrevido a hacer.


Por último Unai Emery tendrá que ser ambicioso, y no sólo eso, deberá contagiárselo a la plantilla. Una segunda vuelta a domicilio como la pasada es el mejor ejemplo de conformismo peligroso que deriva en pasividad y holgazanería. Una muestra de deficiente dirección desde el banquillo.

Tras dos campañas Unai debería haber puesto los cimientos para que el Valencia que viene no se derrumbe. Con todo esto, la próxima temporada será un examen final para Emery, una análisis de su ADN que determinará si es un entrenador al nivel de Mestalla. Su particular prueba del algodón. Le toca dar un paso al frente, ya no podrá esconderse tras la calidad de sus estrellas. Ahora toca trabajar de verdad, apretarse el cinturón y transmitir personalidad y exigencia a un colectivo al que le espera un año lleno de retos.

PD: Por último, ya que hablamos de Emery, un vídeo con sus mejores goles en Primera División.

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De Puchades a Mata

Repiten los futbolistas la manida frase que apela al orgullo de jugar con su selección. "Representar a tu país es lo máximo". Siguiendo esa regla de tres, jugar un Mundial debe ser el mayor orgasmo futbolístico que pueda experimentar un profesional de la pelota.

Antonio Puchades fue uno de los primeros valencianistas en vivirlo. Junto a él, Eizaguirre, Igoa y Asensi viajaron a Brasil en 1950 para conseguir la mejor clasificación hasta la fecha de España en un Mundial. El cuarto puesto, además, le brindó al de Sueca la inclusión en el once ideal del torneo. Una muestra más de la magnitud de Puchades, que triunfó más allá del Valencia.


Hubo que esperar hasta el Mundial de España en 1982 para ver de nuevo a un valencianista defendiendo la Roja en la competición más importante del planeta. Enrique Saura, además, marcó un gol vital para alargar la agonía de la selección. No sirvió de mucho, pero el de Onda dejó su huella en la historia.

Desde Italia 90, España ha contado en todas las ediciones con algún jugador del Valencia. En aquella ocasión Fernando, Quique y Ochotorena completaron un grupo que recogió la enésima decepción mundialista. De los tres, sólo el primero pudo jugar, aunque fueran 14 míseros minutos. Más tarde, Estados Unidos 94 descubrió a un nuevo ché en un Mundial. En este caso de Rafelbunyol. Camarasa disputó el choque de octavos de final contra Suiza pero vio el resto desde el banquillo. 

Zubizarreta continuó la racha con una actuación para olvidar en Francia 98. Una pifia del vasco contra Nigeria, a la altura de la de Cardeñosa en Argentina 78, quedará guardada en la memoria de los aficionados como el error clave para sacar a España de la competición. En Japón y Corea 2002 el Valencia aportó tres futbolistas. Curro Torres, Albelda y Baraja acababan de proclamarse campeones de Liga, aunque el único que tuvo una participación destacada con el combinado nacional fue el Pipo. En cuartos otra vez con las maletas de vuelta a casa.

En el pasado Mundial de Alemania 2006, Luis Aragonés eligió a cuatro valencianistas para representar a España. Albelda (que repetía), Marchena, Cañizares y Villa. Todos jugaron, unos más que otros, pero al final el resultado fue el de siempre.


Hasta el momento 16 futbolistas del Valencia han viajado a un Mundial representando a España, han formado parte de ese grupo de privilegiados que un día podrán contarle a sus hijos su hazaña.  A Sudáfrica 2010 acudirán Marchena, Silva y Mata. Los dos últimos, novatos, aumentarán la cifra a 18. El Valencia será mayor de edad con la Roja, a no ser que alguno de los dos no llegue como valencianista a la cita.

PD: Un recuerdo del Mundial de 1950. Por ahora el mejor para España.

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Villa: la crueldad del ídolo

Recuerdo perfectamente aquella mañana en la que mi padre me despertó con una mala noticia. En realidad no era mala, era peor que eso. Al menos para un niño de 9 años que todavía creía en la inmortalidad. "Mijatovic se va al Madrid", me dijo. No pude responder, simplemente pensé que era una broma más de su repertorio. Cuando noté que mi padre insistía, me quedé quieto, inmóvil. Mi organismo se paralizó. No llegué a llorar, pero sé que por dentro estaba deshecho. Me habían quitado aquéllo que más quería. Necesité varios días para asimilar su marcha. Los niños están compuestos del material de los sueños, y a mí me acababan de destrozar el mejor de todos. Fue entonces cuando entendí el primer mandamiento del aficionado: no tengas ídolos.


Años después, desoyendo todo lo que aprendí con aquella traición, me enrolé en un nuevo proyecto de ídolo: Mendieta. Capitán, canterano y estrella. Era nuestro y deseado. Jamás se iría del Valencia, estaba seguro. "Si ha crecido aquí, cómo se va a querer ir". Y se fue, con otra puñalada a mi esperanza ciega. Poniendo fin a mi infancia futbolística. Aquella rueda de prensa de Mendieta me abrió los ojos. Tenía que crecer e independizarme de los ídolos.

Desde entonces creí mantenerme al margen de toda identificación individualista en el mundo del fútbol. Pasaron grandes jugadores por Mestalla, pero preferí centrarme en el conjunto sin señalar a nadie por encima del resto. Con eso gané estabilidad emocional como aficionado y cierta distancia para analizar con más acierto lo que sucedía alrededor del balompié.

Pero la pelota tiene lazos emocionales que te atrapan sin que te des cuenta. Villa ha ido poco a poco encantándome con sus goles, carreras y compromiso y su marcha me ha despertado.

Es posible que me acercase a su figura como admirador y haya acabado ascendiéndolo a los altares. Pero juro que no me he dado cuenta hasta que ha dicho adiós. No era consciente, pero he de reconocerlo. Sí, Villa era mi ídolo.



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Villa: Soler, culpable

Llorente pasará a la historia como el presidente que vendió a Villa, al único valencianista, junto con Kempes, máximo goleador de una gran competición de selecciones. Uno de los mejores delanteros de Europa, envidia de medio mundo. Sí, lo venderá él, pero lo hará con las manos atadas. Desde arriba le obligan a deshacerse de su mayor activo deportivo porque el Valencia está arruinado. No hay más que polvo y telarañas en su caja fuerte porque Juan Soler se encargó, con una gestión errática y lamentable, de vaciar los fondos del club.


Soler engañó a todos los valencianistas con frases cargadas de mentiras. "El Valencia estará en la Champions económica" o "Tendremos el mejor estadio del mundo" son algunas de sus píldoras hipnotizantes que utilizó para callar a la masa social mientras hipotecaba el futuro del club a escondidas. Los entrenadores le duraban más bien poco, los directores deportivos los utilizaba como becarios y fichaba jugadores por precios fuera de mercado.

El resultado fue un terremoto mayúsculo en la economía del Valencia cuya primera víctima fue Raúl Albiol. La onda expansiva ha sido demasiado intensa como para detenerla. Llorente ha tenido que vender el cuadro más bonito de su casa, el más apreciado, del que siempre alardeaba cuando venía visita. Pero el culpable hay que buscarlo algo atrás en el tiempo. Señalen a Juan Soler. Él vendió a Villa.




PD: Es curioso que con todas las mentiras que dijo Juan Soler como presidente del club, en la rueda de prensa de presentación de Villa no dijo ninguna. Acertó en todo, incluso en los años que el Guaje sería jugador del Valencia.

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Cuatro maneras de decir adiós

Las comparaciones son odiosas, mucho más en situaciones de este tipo en el que hay un medidor de agasajos para calibrar el cariño que recibe cada jugador. Lo cierto es que en los últimos años se han sucedido diversas despedidas en Mestalla y cada una ha vivido sensaciones bien diversas.


La más cercana en el tiempo fue la de Rubén Baraja. El Pipo sintió un reconocimiento que pocos en la historia del club han tenido el honor de recibir. Baraja fue arropado por miles de aficionados, pero también por todos sus compañeros, que al terminar el partido acompañaron a su capitán en todo momento. Varios manteos y una foto de grupo al mismo tiempo que cantaban al unísono "Pipo Baraja" demuestran que el vallisoletano era algo más que un jugador, era un líder con un gran arraigo en el vestuario. Fue una muestra continua de compañerismo.

Jocelyn Angloma se merece el segundo puesto por orden de cariño exhibido. Es cierto que su despedida vino envuelta por un contexto de alegría desmedida. El Valencia acababa de proclamarse campeón de Liga y los aficionados tenían ganas de seguir celebrando.

El francés, en aquella ocasión, también lució brazalete y fue titular por segunda vez en toda la temporada. Una lesión le había apartado de los planes de Rafa Benítez, que contaba con Curro Torres como referente en el carril diestro.

En el momento de su sustitución contra el Betis, Angulo, Vicente y Pellegrino lo alzaron para que se despidiese de Mestalla desde lo más alto mientras el público aplaudía y cantaba el ya famoso "¡Uh ah Angloma!". El lateral de las gestas europeas se marchó entre sonrisas, fiesta y petardos y con una sobremesa postpartido en la que correteó por el césped con una enorme bandera blanquinegra y fue manteado por sus compañeros. Una despedida más llevadera con un trofeo bajo el brazo.

Amedeo Carboni, 'Deo' para los amigos, se despidió gracias a una lesión de Moretti frente al Atlético de Madrid, un guiño entre compatriotas para que el '15' pudiese jugar su último partido en Mestalla. Al terminar el choque con el que el Valencia había sellado su clasificación para la Liga de Campeones, Carboni recibió varios abrazos que cumplían el expediente. Acto seguido se situó en el centro del campo, solo, sin manteos ni aglomeraciones, y con los brazos extendidos, agradeció a la afición su apoyo incondicional. No tuvo problemas para alcanzar los vestuarios, nadie salió a su paso para brindarle un homenaje más.

El último que se marchó sobre el césped de Mestalla fue Santiago Cañizares. Seguramente estamos hablando del mejor portero de la historia del Valencia, y por lo tanto cualquiera pensaría que su despedida fue un llanto compartido, un dolor insoportable. Nada más allá de la realidad. Su adiós estuvo en la línea de aquella temporada, extraño. Por lo menos el de Puertollano tuvo la recompensa de marcharse bajo palos, que ya es algo. Tras el pitido final nadie arropó a Cañizares. Ese último momento lo vivió apartado de la multitud. Sus mejores amigos ya no formaban parte de ese vestuario. Mano al pecho, brazo alzado y directo a vestuarios. Rápido y sencillo.


Son cuatro leyendas, cuatro murciélagos que dejaron huella. Cuatro maneras de despedirse. ¿Con cuál te quedas?

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Un último regalo al Pipo (1-0)

Es mucho más impactante vivir un momento cuando sabes que pasará a formar parte de la historia. El partido contra el Tenerife así lo hará. Por eso era difícil vivirlo con serenidad.

El pañuelo era obligatorio para todo aquel aficionado que asistiese al estadio. Las lágrimas podían aparecer en cualquier momento y había que estar preparado. Era tarde de despedidas, seguramente de muchas pero, como si de un cartel taurino se tratase, una aparecía por encima de todas. Rubén Baraja no volverá a pisar el césped de Mestalla, al menos con la camiseta del murciélago, y eso merecía un adiós especial.


Así lo entendieron sus compañeros, que le brindaron el brazalete a un futbolista que no lo necesita para ser capitán. Saltó al verde rodeado de miles de merecidos aplausos, locales y foráneos, que se volvieron silbidos cuando Manuel Llorente se acercó al vallisoletano para entregarle la insignia de oro y brillantes del club. Los únicos pitos de una tarde inmaculada.

Al apabullante recibimiento le siguió un partido digno del mejor Baraja. Control, mando, ocasiones, peligro y ganas, muchas ganas. El Valencia no podía dejarse llevar en la última batalla del mejor general de su historia. Por orgullo. Como tributo a su líder. No había que fallarle al Pipo.

Sufrió por tanto el Tenerife una tarde de rabia local que maniató a los insulares durante todo el partido. Los visitantes dependieron en todo momento del Real Madrid para salvarse puesto que en Mestalla nadie creía viable su reacción. El descenso chicharrero no le importó lo más mínimo a los locales, que sentenciaron la desgracia de los de Oltra en el último minuto con un gol de Alexis. Eso es lo de menos.


Rubén Baraja se llevó un tiro al palo, alguna ocasión marrada, pero el cariño de toda la afición. En el minuto ocho de cada mitad las gradas levantaron sus gargantas para cantar bien alto "Pipo Baraja". Un mensaje que ha resonado en las tribunas del coliseo valencianista durante diez temporadas, pero que en esta ocasión hizo que el protagonista sintiese un cosquilleo especial.

Su sustitución es algo más que una imagen, es el símbolo de un traslado de poder. Banega debe intentar acercarse a lo que significa Baraja. Será difícil que lo consiga en el vestuario, pero por lo menos debe probar suerte en el césped. Es la esperanza de un Valencia arruinado que ve en el argentino una solución al adiós del '8'.

El pitido del árbitro puso fin a 90 minutos cargados de emotividad. Baraja salió del banquillo para dar las gracias. Una vuelta al campo que nadie quería que terminase. Seguro que entre tanto aplauso alguno hizo amago de llorar. Zigic lo subió a hombros, como a los mejores toreros. En este caso su faena ha durado diez temporadas y será difícilmente igualable. Dos orejas y rabo. Con los dos brazos en alto, como en sus grandes momentos. Una estampa que evoca las dos Ligas de principios de siglo.

Al terminar, Baraja bajó las escaleras y enfiló su adiós en forma de pasillo. Su destino, el paraíso de las leyendas. Allí le esperan Claramunt y Puchades para jugar partidos interminables en un centro del campo de ensueño. Un fichaje de lujo para los mitos del Valencia.




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La noche en la que nació Baraja

Dicen que si pasas por Mestalla de noche y prestas mucha atención, despacio, sin hacer ruido, todavía se escuchan los gritos de miles de aficionados: "¡Baraja, Baraja!".



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Si lo consiguió el Valencia ¿Por qué no lo conseguirá el Xerez?

Llega el final de Liga y algo muy extraño sucede en el fondo de la clasificación. Todos pueden salvarse y todos pueden descender. Allá bajo, en la oscuridad, hay un rayo de luz para cada uno de los implicados. El más agobiado por lo puntos, el que necesita casi un milagro, es el Xerez. Último en números, primero en moral, los andaluces han firmado una segunda vuelta que merece la salvación, pero arrastran el peso de una primera vuelta que Stephen King podría aprovechar como argumento para su próximo libro de terror.

¿Cuándo fue la última ocasión en la que la jornada final decidió todos los equipos que descendieron a Segunda? La temporada 82-83. ¿Quién ocupaba el puesto que ahora ocupa el Xerez? El Valencia.


Un Valencia asfixiado por la necesidad de evitar el primer descenso de su historia, recibía al Real Madrid, al que el empate le bastaba para proclamarse campeón. Los de Koldo Aguirre debían ganar y esperar a que Racing, Celta y Las Palmas no lo hiciesen.




"No hay ningún arreglo. Vamos a luchar contra el Madrid, vamos a intentar ganarle al Real Madrid y el Real Madrid va a intentar ganarnos a nosotros. Esa es toda la problemática que tenemos planteada esta tarde". Ricardo Tormo estaba tan nervioso que utilizó su máxima coherencia ante la prensa hasta convertir sus declaraciones en inútiles.


 No era para menos.

Ver a Di Stéfano, que había ganado la Liga y la Recopa con el Valencia, en el banquillo rival le ponía más pimienta al duelo. Un choque con esos ingredientes no podía resultar soso. Puede que le faltase fútbol, calidad, pero la emoción se le presumía. Y la tuvo.




El momento clave llegó en el minuto 39. En uno de los arreones locales Pablo sacó un corner, Botubot peinó en el primer palo y Tendillo se adelantó a Del Bosque para saltar, tocar el cielo, y rematar un balón que acabó en la portería de Agustín. El saque de esquina más ensayado de la historia del fútbol dio resultado y la victoria cayó del lado valencianista. No sin sufrimiento, porque la madera jugó a su favor repeliendo un par de disparos merengues. Pero qué menos que sufrir hasta el último minuto. Era el destino de esa temporada.




El resto de resultados fueron llegando poco a poco: el Celta perdió en Valladolid 3-1, el Racing hizo lo propio contra el Atlético y Las Palmas sucumbió 1-5 contra el Athletic, a la postre campeón. Fue un milagro, un rebote de pirotecnia futbolística. 

Si lo consiguió el Valencia lo puede lograr el Xerez. Eso sí, jugando Málaga y Valladolid contra Real Madrid y Barcelona respectivamente, los andaluces dependen de que el partido de Mestalla sea algo más que una despedida de oro para Baraja. Puede que su Tendillo sea Mario Bermejo. O puede que ese milagro sólo suceda una vez en la vida.

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Cúper-Benítez, un cambio trascendental para Baraja

Rubén Baraja debutó en Mestalla la misma noche que Diego Alonso. Casi diez años después el tiempo ha puesto a cada uno en su sitio. Mientras que a uno le dio una pluma para que escribiese la historia del Valencia, al otro le entregó una mochila para recorrer el mundo de equipo en equipo. Resulta curioso que en aquel partido la estrella fuese el uruguayo, que engañó a los asistentes con sus dos primeros goles. La víctima del 'Tornado' fue el Tirol Innsbruck en el partido de vuelta de la previa de la Liga de Campeones.

Hoy entendemos que Baraja crea más que destruye, pero en ese equipo dirigido por Héctor Cúper, Baraja tenía una labor más inclinada a las labores defensivas que a la creación. Las concesiones ofensivas estaban limitadas al azar. Lo primero era defender, mantener la portería a cero, y esperar a que un error del rival abriese las puertas del gol. Explicado así parece un plan con lagunas, pero a Cúper le funcionó dos temporadas seguidas.


Basta un ejemplo para demostrarlo. Partido de ida de las semifinales de la Liga de Campeones, Elland Road, Leeds. Baraja ve una tarjeta amarilla que le aparta de la vuelta en Mestalla. Cúper no arriesga y elige a un jugador del perfil del vallisoletano para jugar el partido más importante de la temporada: David Albelda. Los años han demostrado que Baraja y Albelda representan estilos antagónicos, pero entonces tenían la misma consideración para el técnico argentino.


Acabada la temporada el Valencia se encomienda al desconocido Rafa Benítez. El entonces subcampeón de Europa se ponía en manos de un entrenador que venía de Segunda División, pero que fue fundamental para que Baraja se quitase la coraza con la que le había vestido Héctor Cúper.


El Pipo por cambiar cambió hasta de dorsal. Dejó el 19 a Rufete y se enfundó el 8 con el que alcanzaría la inmortalidad.

Una lesión dejó a Rubén Baraja fuera del equipo la casi totalidad de la primera vuelta, pero desde el momento en el que volvió a pisar el césped se le notaron otros bríos. Baraja dirigía, atacaba, remataba, marcaba. Tenía los galones de director. Ya no estaba atado, no tenía que mirar dubitativo al banquillo buscando una mirada de complicidad para avanzar metros. La orden era otra. Benítez descubrió en el Pipo a su líder en el terreno de juego y supo sacarle partido. Desató a una bestia y creó un ídolo.

Nunca más ningún entrenador cometió el error de retrasar a Baraja. Nunca nadie más fue tan poco hábil de renunciar al Baraja todocampista. A partir de entonces Baraja fue Baraja.

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Aquella jugada de Gálvez


Pepe Gálvez se hizo con el balón en campo propio y no dudó en correr hacia la portería contraria. No era momento de pensar, sino de encarar uno a uno a todos los rivales que apareciesen por el camino. Estaba escorado en banda derecha, le gustaba arrancar desde ahí. Se sentía cómodo. Su juventud era una aliada más contra el cansancio. Dejó atrás a todos los defensas del Tenerife en un eslalon memorable.

Después de dibujar una jugada casi perfecta, sólo faltaba el gol. Gálvez buscó a un compañero que culminase el trabajo, que le diese sentido a su carrera triunfal. Centró el balón un poco pasado, pero Mijatovic estiró el cuello hasta cabecear la pelota algo forzado y sin ángulo. Su remate no iba a portería y Mestalla lo sabía. Una jugada así merecía el gol. Es lo mismo que debió pensar César Gómez cuando introdujo el balón en su portería. Era el empate a dos.

Aquella jugada de Gálvez le dio un punto al Valencia. Era el 19 de noviembre de 1995. Los de Luis Aragonés no lo sabían, pero acababan de perder dos puntos de oro para ganar la Liga. Antes de ese gol en propia puerta, Pizzi había marcado dos tantos que pusieron por delante a los insulares. Aquella temporada fue un sueño para el hispanoargentino, que acabó como máximo goleador del campeonato. El propio Gálvez había empatado a uno el choque, pero más tarde tuvo que disfrazarse de Ronaldo para evitar la derrota final.

Ese ha sido el primer Valencia-Tenerife que se me ha venido a la cabeza. Del que tengo un recuerdo más duradero. Y en él, Gálvez es el héroe con aquella jugada mágica.

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Fútbol ficción: Baraja - Makelele

Verano de 2000. Farinós y Gerard abandonan el Valencia. Su marcha llena de dinero la caja fuerte del club pero deja cojo el centro del campo de los de Cúper. Hay que reaccionar. Dos nombres se plantean como alternativas para recomponer la que había sido la mejor medular de Europa: Makelele y Baraja.

El francés era una de las sensaciones del Celta. Un equipo bien armado en ataque, vistoso y muy alegre. Makelele era el orden, el sacrificio por el colectivo, corría por los demás como nadie. Un destructor con clase, pero ya. Ni creaba, ni era un superdotado de los desplazamientos en largo.

Rubén Baraja, por otro lado, venía de descender con el Atlético de Madrid. Una temporada desastrosa de los rojiblancos que además perdieron la final de Copa precisamente en Mestalla. Baraja había marcado tres goles en Liga y no había explotado en el Calderón.

Sobre la mesa dos jugadores, dos estilos, y lo que es más importante, aunque en aquel momento nadie lo sabía, estaba en juego el futuro del Valencia. En el club iniciaron conversaciones con el Celta y el francés. Todo estaba encauzado, listo para llegar a buen puerto, hasta que se entrometió el Real Madrid. Ante la llamada del conjunto merengue, Makelele rechazó firmar por el Valencia y recaló en la capital de España.

Acto seguido Jaime Ortí, vicepresidente de la entidad, declaró en un soberbio alarde de lucidez que el club estaba "barajando" otras opciones. Los contactos con el conjunto colchonero comenzaron, pero la respuesta de Gil Marín era siempre la misma: "Os vendo a cualquier jugador menos a Rubén".

Y tenía razón. No lo vendió. El Valencia pagó la cláusula de 2.000 millones de pesetas y se llevó al futbolista. Acababa de fichar al mejor centrocampista de su historia. Pero no lo sabía.

Pensar qué hubiese sucedido si el fichaje hubiese sido Makelele y no Baraja es un ejercicio de fútbol ficción. Pero se antoja complicado que todos los títulos que se sucedieron en el Valencia hubiesen llenado sus vitrinas.

Y pensar que estuvieron a punto de llevarse a Makelele...

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El Mundial se lo dejó en Génova

Hay ciertos jugadores que rompen a jugar un buen día y pegan el estirón sin miramientos. Pierden el miedo. No se les vislumbra techo, crecen como Alicia en la casa de muñecas, destrozando cualquier muro que se encuentran en el camino y dejando sin habla a los entendidos del balón. Cuando Pablo Hernández explotó la pasada temporada engañó a todos los que pensaban que pertenecía a ese grupo de privilegiados. Se ganó por méritos propios el reconocimiento colectivo como titular en el Valencia e integró la selección española que disputó la Copa Confederaciones. Un año después su evolución ha sido decepcionante, muy por debajo de lo esperado.


Pablo empezó la temporada igual que acabó la anterior. Feliz, rápido, hábil y eficaz. Se escurría entre las defensas rivales, atormentaba a los laterales, corría, ayudaba al equipo y dejaba partido tras partido a Joaquín en el banquillo. Y llegó el maldito partido de Génova. 12 minutos que han dejado a Pablo sin Mundial.

El de Castellón se lesionó en el Luigi Ferraris. Estuvo varias semanas de baja mientras la afición pedía su recuperación. Se había ganado esa consideración en Mestalla. Su ausencia se notaba. Pablo volvió, o al menos eso dijeron los periódicos. No ha sido el mismo desde entonces. Nadie sabe dónde se dejó su explosividad en carrera. Tímido en el regate y fallón de cara a puerta, ha firmado un final de campaña paupérrimo. Sólo él sabe por qué. Tenía un sitio en el Mundial, pero lo ha perdido con toda justicia. Se lo dejó olvidado en Génova.

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Jordi Alba, otro 'enano' con futuro rojo


Era un intrépido niño que se quedó por miedo a la incomparecencia deportiva de Vicente. Un inexperto en esto del balón. Su nombre era una incógnita. ¿Quién es ese pequeñito? Jordi Alba tuvo que luchar contra jerarquías, manías y malas gestiones de la plantilla para terminar aprovechando una oportunidad más allá de su hábitat naural, en el lateral izquierdo. Y la aprovechó.

El zurdo se paga caro. Hay quien cree que está en peligro de extinción. En el gen del zurdo siempre hay algo especial, un aroma de magia que los hace distintos. Pero Alba cayó en el peor equipo del mundo para adquirir experiencia como zurdo endiablado. Silva, Mata y Vicente le cerraban el paso de una demarcación intocable para un novato.

Antes de aquel partido contra el Werder Bremen en el que Mestalla descubrió a un jugador rápido, ofensivo y voluntarioso, el catalán había participado en cinco partidos. Una cifra ridícula. Desde entonces, con las lesiones de Mathieu y Bruno, Jordi Alba sorprendió como un futbolista aprovechable, listo para el combate de elite.

No era el momento de pedirle cuentas a Emery por no haber confiado mínimamente en un jugador que había pasado desapercibido hasta el momento. Simplemente había que disfrutar el descubrimiento. También es cierto que durante la temporada no le ayudaron las lesiones ni su convocatoria al Mundial sub 20 justo después de haber debutado en Primera.


Con los partidos se asentó en el puesto. Nadie se extrañaba ya de verlo en el carril del 3. Con su incursión en la titularidad, sus buenas actuaciones y su inmenso espacio para crecer, tal vez su éxito futuro dependa una sencilla decisión, retrasar su posición 10 metros.

En la selección Capdevila no tiene un sustituto de nivel. Monreal ha jugado algún partido, pero está lejos de ser indiscutible. Incluso Del Bosque no se llevará al Mundial ningún zurdo en defensa más allá del jugador del Villarreal. Es el nicho de mercado de España.

Por delante hay mucho trabajo, pero el resultado puede ser brillante. Necesita modelar su juego defensivo, moverse con más calma y elegir el momento idóneo para lanzarse al suelo. Como defensa es muy importante no perder el sitio. A su favor cuenta con que es más sencillo aprender a defender que a atacar. El buen ataque es un don, la buena defensa, trabajo constante. Su futuro depende de él y puede ser un porvenir rojo selección.

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Baraja, te quiero


¿Qué se le dice a una persona que te ha hecho feliz durante diez años? ¿Cómo puedes devolverle en una frase todo lo que te ha dado? Es sencillo despedirse de alguien cuando sabes que habrá una próxima vez, pero duele en el corazón hacerlo cuando te enfrentas a vuestro último momento.

A Baraja le acompañaba un aire de hombre serio que no engañaba. Dentro del campo no se transformaba, mantenía su rigidez facial, miraba con cara de orden y señalaba a todo aquel que necesitaba un toque de atención. Seguramente sólo se dio una tregua aquella noche de abril en la que marcó dos goles al Espanyol y emocionó a los presentes con su fuerza, liderazgo y carácter. Mestalla al unísono gritó con rabia sus tantos, se levantó y rompió a llorar de alegría. Rubén Baraja había ganado una Liga.

Pedro Cortés dijo en su día que Mendieta era el murciélago del escudo. El tiempo le dejó en evidencia. Seguramente debería haber reservado esa insignia para el Pipo. Baraja es el futbolista que más se acerca a lo que uno entiende como "valencianista". Es difícil encontrar jugadores tan implicados como el vallisoletano. El compromiso es algo que normalmente se aparca hasta el momento de cobrar, pero el '8' ha demostrado que todavía existe un resquicio para la esperanza: se apretó el brazalete cuando el equipo rozó el descenso a Segunda, encabezó los mejores años del club y fue el motor de Benítez, la brújula del equipo.

Desde hace casi diez temporadas, si alguien quería saber cómo había jugado el Valencia sólo tenía que hacer una pregunta, "¿Qué tal ha estado Baraja?". Si la cara es el espejo del alma, Baraja era el reflejo del equipo.

Su cualidad más admirable no eran sus precisos desplazamientos en largo, ni su visión de juego, ni siquiera su llegada. Era su personalidad. Sin ella hubiese sido uno más. Pero el Pipo jamás se escondía, siempre quería estar en medio de la jugada. Pedía la pelota hasta en los partidos más aciagos, le gustaba saberse al borde del abismo. Era un reto constante acertar en el pase, contentar a una de las gradas más exigentes de España aunque supiese que en condiciones normales se iba a ganar una sonora pitada.


En su contra jugaron la cercanía con Juan Soler y sus continuas lesiones musculares. Dejó cojo al equipo mucho tiempo, pero eran ya los achaques de una edad que no perdona a los futbolistas.

Baraja ha sido, y no corro el riesgo de exagerar, el futbolista más completo que ha visto Mestalla en las últimas 3 décadas. Seguramente Claramunt fue su predecesor en el centro del campo del Valencia. Y de eso hace ya muchos años. Clave en los títulos de principio de siglo, pasará mucho tiempo hasta que un jugador similar dirija, distribuya y lidere al Valencia como lo ha hecho él.

Contra el Tenerife será su último partido. La conclusión de un trabajo bien hecho. Un final que no por esperado duele menos. Con Baraja llegó un jugador y se va un valencianista. Será la última oportunidad de demostrarle lo importante que ha sido y de abrazarle con aplausos. Un agasajo colectivo que no olvide nunca. Digámosle que le queremos. Yo, al menos, así lo siento.